– ¡Hala! De vacaciones ya, ¿eh?
Puede
que sin mala intención, con una envidia nunca confesada, el vecino me encuentra
ocupado ordenando los trastos del garaje a primeros de julio y me formula la
pregunta con un tono burlesco, como si le dijera: “¡Ya te he pillado!” a
alguien que está cometiendo un delito.
Con palabras diferentes, en algunas
ocasiones con una impertinencia estúpida, en otras con aparente simpatía; en la
tienda, en el kiosco, en la peluquería… ¡hasta mi propia familia! Todos
preguntan con ese toque malicioso que da a entender que disfruto de un tiempo
que no me he ganado.
Y todos, absolutamente todos sin
falta, terminan diciendo cosas como “los maestros sí que vivís bien…” o
preguntan “¿qué? ¿Ya habéis terminado?” o “¿hasta cuándo tenéis vacaciones?”.
Estos comentarios, que llegan cada
verano, son indefectiblemente animados por la prensa y la televisión, que
encuentran en ello un tema infalible cuando no saben qué decir o escribir. De
este modo, plantean encuestas del tipo: “¿Crees que las vacaciones escolares
son demasiado largas?”. Un tipo de preguntas, dicho sea de paso, que les hacen
ganar el aplauso de la audiencia, que consideran que “¡y tanto que lo son!
¡Escandalosamente largas!”, y replican que los niños y jóvenes tienen demasiado
tiempo libre, que no saben qué hacer y terminan haciendo maldades y que, sobre
todo, las familias no saben qué hacer con sus hijos pequeños ni dónde dejarlos.
La moda ha ido avanzando y se ha
hecho intervenir en la cuestión a los abuelos, que se han convertido en las
“víctimas” de la buena vida de la que disfrutamos los maestros y profesores.
Sin pensar, claro está, que cuando
ellos estaban en edad escolar (como también yo lo estuve en su momento) tenían
unas vacaciones más generosas, mucho más que las que ahora tienen los chicos y
chicas. Pero una de las características de los adultos obtusos es que no saben
ni quieren recordar que ellos también han sido niños, felices de jugar y campar
alegremente. Es uno de los defectos que más se ha extendido entre los adultos
supuestamente serios: han matado al niño que llevan dentro, y por eso son tan
aburridos, monótonos y tristes.
Si fuesen mínimamente inteligentes
y humanos, capaces de una breve reflexión, los adultos encuestados responderían
a estas preguntas de la única forma sincera posible, diciendo cosas como que
“tienen las que todos tendríamos que tener”, reclamando así mejoras para todos
los trabajadores. Pero los mediocres enfurecidos piensan que, si no las pueden
tener ellos, no las han de tener nadie. Por eso el mundo progresa al revés y
escriben cartas a los periódicos y responden a encuestas con exabruptos que
supuran una impotente envidia por todos los poros.
Para hacerles evolucionar y no
repetirse tanto, les propongo que, cuando terminen con este tema que parece
entusiasmarles tanto cada año, pasen a plantear encuestas o programas
monográficos de debate que traten cuestiones del tipo: “¿Cuántos días asiste un
diputado / a al cualquier parlamento?” (¡ojo! He dicho, “asiste”, no
“trabaja”), o al contrario: “¿Crees que los diputados / as tienen unas
vacaciones demasiado largas?” Y, una vez resueltas estas cuestiones (jugosas,
por cierto), pueden pasar a hablar de las vacaciones de otros colectivos
(bomberos, policías, médicos…) para, al final, hacer la pregunta más importante
de todas: “Los hijos que usted ha tenido, ¿porqué los ha tenido? ¿para que se
los entretengan otras personas tanto tiempo como sea posible?”
Siendo mala persona, como sé que
soy, y padre de dos niñas pequeñas, cuando éstas se empeñan en pelear y no
hacer caso, también he tenido tentaciones de organizar una manifestación o una
recogida de firmas reivindicando que los colegios abran veinticuatro horas al
día, todos los días del año (quizá excepto por Navidad y Reyes, que son fiestas
muy entrañables). Pero cada vez que me pasa por la cabeza promover una de estas
campañas, recuerdo que mis hijas son MÍAS, que las he querido tener
VOLUNTARIAMENTE, y que resulta que LAS QUIERO, es decir, que me toca
aguantar.
Sea como sea, todo eso viene a
cuento para aclarar que un servidor, como la mayoría de compañeros y
compañeras, no escogimos esta profesión porque no teníamos otra cosa mejor que
hacer, ni porque quisiéramos seguir teniendo, de mayores, las mismas vacaciones
que cuando éramos niños, sino porque adoramos compartir nuestro tiempo con los
alumnos, ayudarles a crecer, ver cómo aprenden… Y si vosotros, padres /
madres, decís que no podéis con ellos y que no tenéis paciencia, cuando
entre el tiempo que están en la escuela y el que les apuntáis a extraescolares,
solamente estáis con ellos unas pocas horas diarias (¡y son vuestros hijos!),
imaginad si nosotros, que estamos con unos veinticinco niños / as
aproximadamente, una media de cinco horas diarias, tratando de captar su
atención, motivándoles al trabajo, imponiendo algo de disciplina e intentado
ganarnos su respeto a pesar de la poco autoridad que nos conferís; imaginad,
digo, si después de diez meses de trabajo no tenemos bien merecido este tiempo
de descanso.
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ResponderEliminarMuchas gracias Enrique por expresar de manera tan clara y contundente nuestro sentir docente. Mientras escribo este comentario, aprendo, investigo y preparo material para el próximo curso. Porque también como a ti y a tantos compañeras/os, me encanta mi trabajo y quiero que mis alumnos aprendan a aprender, reflexionen y se conviertan en adultos absolutamente diferentes a estos que nos critican ahora. ¡Un abrazo y disfuta/d de estas merecidas vacaciones!!
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