Terminó un nuevo curso, y es un buen momento para hacer balance del mismo. Cierto es que el profesorado solemos estar agotados a estas alturas del año, que el cansancio acumulado nos hace ver el futuro bastante negro, y el pasado tirando a gris, por eso he dejado pasar unos días, y con una perspectiva más serena y relajada, seguro que puedo ser crítico a la vez que objetivo.
Voy a empezar hablando de lo puramente docente. En este sentido estoy más que satisfecho. Los resultados obtenidos por el alumnado con el que trabajo han sido buenos, en general. Pero centrarse en las calificaciones sería muy simplista por mi parte, y no haría honor a todo aquello que he venido reivindicando desde este mismo blog. Mi mayor satisfacción reside en haber iniciado un proceso de cambio metodológico desde la pequeñez de mi aula. Este curso, he intentado (con mayor o menor éxito), introducir nuevas formas de hacer, salir de la rutina del libro de texto, la pizarra y la libreta. Y, mi sensación es que la mayoría de ellas han funcionado y el alumnado ha aprendido cosas que de otra forma no habría alcanzado. Especialmente, en lo que se refiere a procedimientos, a maneras de hacer las cosas. He conseguido dejar en en segundo plano los conceptos y nos hemos acercado un poco más a las competencias básicas. Todo ello contando, por suerte, con la total aceptación de mi compañera de nivel y empujado por la dirección del centro. Sin duda, sin estos dos grandes apoyos, nada de lo que he ido proponiendo hubiera sido posible.
Con todo, mi satisfacción no es total. Creo que hay muchos aspectos todavía en los que puedo mejorar, y en los que tan solo he iniciado el camino. Uno de ellos es, evidentemente, la programación del currículo por competencias. Es cierto que he implantado unidades didácticas competenciales en prácticamente todas las áreas que imparto, pero con ello no habré llegado a cubrir ni un 10% del currículo. Ahora mismo sigo teniendo una dependencia demasiado grande del libro de texto, y todavía no termino de ver el momento idóneo para desprenderme de ellos (aunque ya confesé en una entrada que veo necesario suprimirlos de nuestras aulas). El segundo gran aspecto en el que creo que debo seguir profundizando reside en la evaluación del alumnado. Todavía sigue pesando demasiado el examen escrito ordinario, lo cual favorece a un determinado tipo de alumno, pero no facilita la incorporación de las competencias básicas de forma definitiva en mi programación.
En segundo lugar, quiero valorar también mi actividad formativa. Todos los cursos tengo la tentación de tomarme un respiro este aspecto, pero luego llegan a mis oídos algunas propuestas que me resultan irresistibles. De toda la formación adquirida en este curso, sin lugar a dudas, la más floja de todas ellas ha sido el curso organizado por la Conselleria de Educació de la Comunidad Valenciana para obtener el certificado de inglés, nivel C1. La he superado, pero la propuesta de la Conselleria ha sido muy floja, el nivel lingüístico no corresponde en absoluto a un C1, y la organización de la formación deja mucho que desear. Por contra, mi mayor descubrimiento en este curso han sido los MOOC. No conocia este concepto, pero tan pronto como lo descubrí, he realizado dos. El primero, sobre los Entornos Personales de Aprendizaje (por culpa de ese MOOC, tengo yo ahora este blog); y, el segundo, sobre Aprendizaje Basado en Proyectos. Creo que, en ambos cursos, he aprendido mucho y me encuentro muy motivado para aplicar aquello que he aprendido en el aula en la que me toque trabajar el próximo curso.
Por último, quiero realizar una valoración del curso a nivel profesional. A lo largo de este curso se nos han planteado numerosos retos, varias propuestas de cambio importantes para el siguiente curso. Hoy, puedo decir con orgullo que el colegio José Arnauda me ha permitido, a mí y a todos mis compañeros, participar activamente en todo este proceso de cambio. De tal manera que no siento que nadie me haya impuesto nada, sino que he podido elegir qué quiero hacer, cómo quiero trabajar, de qué modo me gustaría que se organizara el centro... Me siento muy afortunado por ello, sobre todo, cuando contrasto este modo de proceder tan habitual en mi colegio, con las imposiciones que sufren otros compañeros de profesión que trabajan en otros colegios. Es cierto que la forma de actuar de las administraciones educativas provocan muchos sinsabores, momentos de incertidumbre... Sin embargo, creo que en nuestras manos está decidir qué futuro queremos para nuestras escuelas. Y, aunque en ocasiones, tenga ganas de dejarlo todo, me gusta tanto mi profesión que me iré de vacaciones con una lista de tareas que quiero hacer este verano, la mayoría de ellas pensando, ya, con ilusión en el siguiente curso.