Escribo estas líneas desde la
playa, donde llevo ya unos cuantos días de descanso. Sí. Soy maestro y disfruto
de unas vacaciones más prolongadas que las del resto de profesiones actuales.
Ya se encargan de recordármelo muchos de mis conocidos continuamente,
convirtiendo esta situación en uno de los principales argumentos para
desprestigiar mi profesión.
Sin embargo, no soy
victimista, ni me enfado o me molesto
cuando esto sucede. Sí me irritaba hace un tiempo, pero he llegado a un punto
en el que no me importa en absoluto que se metan conmigo por motivo de mis
vacaciones. Percibo que el desprestigio del que hablo no es exclusivo de la
profesión docente. Tengo amigos policías que me cuentan cómo algunos
adolescentes burlan su autoridad, con el apoyo, dicho sea de paso, de sus
adultos responsables, quienes les defienden por encima de cualquier otro
cuestionamiento (os suena esta situación, ¿verdad?). También oigo a personas
con las que frecuento del poco acierto de su médico cuando les diagnostica una
enfermedad determinada, cuando ellos están seguros de padecer otra cosa. O
también escucho con estupor a mi hermano mayor, guionista de profesión, que me
cuenta cómo personas desconocidas le escriben a través de redes sociales, foros
y otros medios electrónicos para criticarle (en numerosas ocasiones, con
insultos y mala educación) el desarrollo de determinadas tramas o el devenir de
algunos de los personajes de la serie (“El secreto de Puente Viejo”, un poco de
propaganda nunca viene mal…).
Deduzco por ello, que la pérdida
de autoridad y la falta de respeto hacia las decisiones que se toman, no es un
mal que suframos en exclusiva los docentes. Pero nosotros sí que sufrimos en
exclusividad esa acusación permanente que otros no padecen. Me refiero, por
supuesto, al tema de las vacaciones. No voy a negar que soy un privilegiado por
ello. Lo único que haría con ello sería espolear a la gente para que me siga
acusando de vago y poco trabajador. Curiosamente, esas mismas personas también me
dicen después que nos admiran por trabajar con niños y “aguantarles” todo el
día, que ellos no tendrían paciencia. En fin, contradicciones que ni siquiera
trato de comprender.
Por otra parte, también hay otras
peculiaridades de la profesión docente que no tienen otros trabajos, y de las
cuales apenas se habla. Vaya por delante, que tengo el máximo respeto hacia
cualquier oficio, ya que todos ellos conllevan unas responsabilidades y una
obligaciones, y cumplir con ellas ya es digno de elogio. Pero, en las siguientes
líneas de esta entrada, voy a hablar de una de estas particularidades del
trabajo docente que, creo, no tienen otras ocupaciones.
Cuando preparo mi equipaje para
llevar conmigo a las vacaciones, el ordenador portátil es, irremediablemente,
uno de los primeros utensilios que coloco. Y también realizo todas las
gestiones oportunas para asegurarme de que voy a disponer de conexión a
Internet en mi lugar de destino. De este modo, además de darme varios
chapuzones en el mar al día; de leer el diario tranquilamente mientras tomo el
sol; de disfrutar de algún que otro helado y más de una cerveza fresca…
¡también dedico algo de tiempo diario al trabajo! Mucha gente no lo sabe, y tal
vez, ni siquiera lo imagina, pero los maestros también trabajamos, y mucho, en
casa, incluso cuando no estamos en periodo lectivo. Precisamente, gracias a
tener un ordenador con acceso a Internet, puedo estar al corriente de las
últimas novedades en legislación educativa. Diariamente consulto tanto el BOE
como el boletín autonómico (en mi caso, el DOCV), para estar al tanto de
cualquier novedad que pueda publicarse, de forma que tenga tiempo para
consultarla, leerla, analizarla, y ver sus implicaciones. Justamente este
curso, tan pronto como llegué a la playa, la Conselleria de Educación de la
Comunidad Valenciana publicó el currículum de Primaria para el próximo curso.
Pues bien, en este tiempo de “vacaciones” ya he leído el documento, subrayado
aquello que me parece fundamental y hecho un resumen de lo que quiero recordar.
Además de esto, también he desarrollado un guión para la reunión general de
familias de inicio de curso, y realizado una presentación multimedia para la
misma, ya que, en la memoria final del ejercicio que acabamos de terminar nos
propusimos replantearnos el formato de estas reuniones (ya os hablaré en otra
entrada de ello, pero la intención es sorprender a los asistentes con un
planteamiento diferente a lo que venimos haciendo tradicionalmente). También he
revisado ya las programaciones de aula del primer trimestre de las áreas de
matemáticas y lengua, por supuesto adecuándolas a la programación didáctica, de
las cuales salen.
Y la cosa no acaba aquí. Tengo
todavía una larga lista de tareas que quiero realizar en estas vacaciones,
relacionadas, por supuesto, con mi profesión: revisaré las programaciones de
aula del área de Conocimiento del Medio; pensaré y desarrollaré por escrito
algún proyecto de aprendizaje para realizar con el alumnado en el curso 14-15; redactaré
el comienzo de una historia para plantear una actividad de literatura
colaborativa, de forma que todo el alumnado pueda avanzar en la escritura de la
misma; buscar material de apoyo y audiovisual para la implantación de la unidad
de acogida y evaluación inicial que ya tenemos diseñado; leer un libro sobre el
“conectivismo” (paradigma educativo para el siglo XXI); y otras actividades y
proyectos que me irán viniendo a la mente, seguro, durante los próximos días.
Porque, a pesar de estar de vacaciones, en ningún momento puedo dejar de pensar
en aquello que más me gusta, que no es otra cosa que impartir clases, compartir
tiempo con mis alumnos y ayudarles a aprender.
Efectivamente, estoy de
vacaciones. Pero como habéis podido ver, se trata de unas vacaciones “activas”,
en las que mi actividad docente no cesa, aunque, claro está, de un modo mucho
más relajado. Porque, durante este periodo de “vacación” sigue estando muy
presente mi “vocación”.
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